ME PERMITO REPRODUCIR UN ARTÍCULO PUBLICADO EN ELIMPARCIAL.ES
Claves del
Mensaje del Rey
Manuel Sánchez de Diego Fdez. de la Riva
msdiego@ucm.es
El mensaje de Navidad del Rey de España de este año presenta
a mi juicio una serie de ideas dignas de comentarse, pero antes de hacerlo hay
que señalar varias peculiaridades del marco en el que se produce esa alocución
televisiva.
En primer lugar porque es de los pocos discursos que son
elaborados directamente en la Casa de Su Majestad el Rey de España, pues la
mayoría de ellos se escriben en Ministerios o en Presidencia de Gobierno y se
pronuncian por el Rey sin que pueda cambiar nada –ésta es una de las reglas de
las Monarquías constitucionales- y siempre con el refrendo del Presidente o de
un Ministro. En este caso el Rey comparece solo y el discurso es producido en
Zarzuela y sólo ha sido revisado por Moncloa.
La segunda referencia es que en estos momentos el Rey es uno
de los españoles que mejor está informado. No solo por el Gobierno, también por
los militares con los que ha compartido cuartel, destino y penurias; por
civiles de renombre, expertos en derecho, economía, comunicación, relaciones
internacionales, deporte… por españoles y extranjeros con los que mantiene
relaciones fraternas, de amistad y confianza. A la Casa del Rey llegan
informes, el Rey se entrevista un día sí y otro también con personas de todo
tipo, el equipo de comunicación de Zarzuela conoce lo que se dice dentro y
fuera de nuestras fronteras y prepara los correspondientes resúmenes de prensa.
La tercera consideración es que el Rey no está comprometido
con ninguna política partidista; ni del PP, ni del PSOE. Otra cosas sería si el
Jefe del Estado hubiese sido elegido como Presidente de la República con el
apoyo de unos u otros. La única preocupación del monarca solo tiene una sigla,
la E de España.
Como cuarto detalle de este marco debemos referirnos al
necesario tono moderado de sus intervenciones. Esto puede exasperar a algunos
periodistas, políticos o, incluso a la gente de calle: “debía ser más claro”,
“no ha sido lo suficiente contundente como para llamar la atención de los
oyentes” son algunas de las críticas que se le hacen al discurso del monarca.
La verdad es que el Rey debe ser moderado en sus manifestaciones. Cuando en
algún caso fue demasiado explícito, como ocurrió un año con sus críticas a la
corrupción, desde el Gobierno de González se cambió el discurso para criticar a
los periodistas, quizás contra aquellos que estaban desvelando los casos de
corrupción. En algún lugar debería escribirse una norma no escrita por la que
el discurso navideño del Rey no se toca por el poder político, basta con la
moderación del monarca. Esta moderación exige una lectura entre líneas. De esa
forma cuando el Rey se refiere a la “generosidad de las fuerzas políticas y
sociales representativas” está pidiendo a nuestros políticos un esfuerzo, al
menos similar al que hicieron los políticos de la Transición.
Pese a la importancia de este mensaje navideño del Rey, lo
cierto es que la mayoría de los periódicos han tapado su contenido relevante con
una información circunstancial e insustancial: “El mensaje navideño del Rey, el
menos visto de los últimos 15 años”. He de reconocer que fui uno de esos
españoles que no vio en directo el mensaje del Rey. Después lo he visto varias
veces en youtube
y lo leído en la propia
página Web de la Casa del Rey. Las razones son las propias de esta sociedad
cada vez más alocada y complicada en la que el tiempo es un recurso escaso.
Cada vez tenemos menos tiempo para ver la televisión, incluso para felicitar a
nuestros amigos. Por eso, dedicar casi 12 minutos a ver el Mensaje Navideño del
Rey puede parecernos un despilfarro de nuestro tiempo, sobre todo si intuimos
que será igual que el de otros años.
Sin embargo, creo que el discurso de este año es
especialmente valiente, sin perder esa moderación a la que hacíamos referencia.
Se han dicho verdades como puños, con guantes de seda.
El comienzo va dirigido directo al corazón. Al corazón de
aquellos que sufren la crisis, al de aquellos emprendedores, autónomos,
inmigrantes, servidores públicos y españoles que han tenido que emigrar. Todos
ellos que con su sufrimiento y trabajo hacen que nuestro país siga funcionando.
Al de los pensionistas que son “soporte de muchas economías familiares”. Al de
la sociedad civil que en nuestro país es sumamente solidaria –no hace falta
recordar los éxitos de las campañas de Cáritas, Banco de Alimentos y otras
Ongs. Al corazón de las víctimas del terrorismo que sufren los efectos de un
innombrable proceso de paz, aliñado con picantes resoluciones judiciales
internacionales, incomprensibles en nuestro país.
Si quitamos el guante de seda, podríamos ver una bofetada
directa a la corrupción y a las malas prácticas políticas que han producido un
claro divorcio entre ciudadanía y clase política: “falta de ejemplaridad en la
vida pública”, “la necesidad profundo cambio de actitud y un compromiso ético”,
“la salud moral de una sociedad se define por el nivel del comportamiento ético
de cada uno de sus ciudadanos, empezando por sus dirigentes” o que “la
ejemplaridad presida las instituciones”. Manifestaciones todas ellas que
deberían doler no solo a los dirigentes políticos, también a los económicos,
sociales e intelectuales, por lo que en mi pequeña parte me siento concernido y
comprometido. Incluso el Rey en su despedida asume personalmente “las
exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad”. Alguien, yo en este caso, puede decir que el monarca “se ha puesto las pilas”,
aludiendo, sin decirlo a los escándalos de su yerno Urdangarín y a alguna
afición cinegética legítima, pero inoportuna.
En el discurso también se tiende la mano a la solución que
pasa por la generosidad de los dirigentes políticos, el diálogo de las fuerzas
políticas y sociales como “el método prioritario y más eficaz de solución de
los problemas colectivos”, el respeto a las reglas del juego democrático, “las
reformas necesarias para afrontar un futuro marcado por la prosperidad, la
justicia y la igualdad de oportunidades para todos”, la unión en torno a la
idea de España –obviando las veleidades nacionalistas, Más propias del Medievo
que del siglo XXI y que se encuentran en fuera de juego- con la única cita que
pone en boca del Príncipe de Asturias: “España es una gran Nación que vale la
pena vivir y querer, y por la que merece la pena luchar”.
En definitiva, un discurso con un compromiso sólido del Rey de continuar en su puesto para que sin hacer nada significativo, arbitre y modere el funcionamiento regular de las instituciones de España. Confiemos que lo logre.